Esa sensación de miedo constante, que puede resultar muy abrumadora. Esa idea de que algo nos persigue o nos hará daño, generalmente alrededor de asuntos que no podemos controlar. Esa necesidad imperiosa de saber todo lo que va a pasar y dominar hasta el último detalle del próximo evento. O esa rabia, por no haber tenido la capacidad de adelantarnos a algo que no queríamos que saliera como salió. Todo eso tiene un nombre y se llama: ansiedad.
Ha sido mi compañera fiel durante los últimos dos años, lo cual es toda una paradoja, considerando que parte de aquello a lo que me dedico, es a la preservación y educación sobre temas de salud mental. Pero nadie está libre de experimentarlo, por diferentes circunstancias.
Aunque pareciera que todo ha vuelto a ser como antes, no es menor el hecho de que venimos de una pandemia que nos mantuvo encerrados por un tiempo importante, que nos cambió las reglas del juego, que nos obligó a tumbar planes maravillosos y a la vez, a muchos nos puso a reinventar cosas que no queríamos reinventar. Y aún nos estamos recuperando.
Agreguemos las consecuencias económicas de tal episodio, que apenas el mundo está comenzando a ver. Las personas que perdieron familiares o vivieron episodios de salud traumáticos. La incertidumbre sostenida alrededor de lo que iba a pasar. Las dudas razonables sobre el uso de vacunas, todo ello es un coctel que desencadenó nuestros demonios y aunque lo último que quiero es resaltar el escenario negativo, se me hace muy evidente y difícil de ignorar lo que ha sucedido con nuestra mente y nuestras emociones.
¿Qué podemos hacer? No existe una fórmula mágica, pero si sé que toda la vida me ha servido hacerme responsable, de mi mismo, de mi salud mental, del bienestar de los míos. Y así, seguir adelante. Procurar no encerrarme en los episodios de ansiedad, buscar ayuda, conversar, reírme, meditar, hacer ejercicios, comer lo más sano posible, divertirme, respirar algo de mar… Todo cuenta.
Pero también en mi caso, ha sido fundamental conversar: con mis amigos, con mi terapeuta, con mi coach. Hablar de mis problemas, me ayuda a encontrar otras interpretaciones de la realidad, que alivian mis pesares y angustias, que me ponen en modo resolutivo.
Y como entiendo la importancia de hacerlo, considerando que me gradué de coach ontológico en el 2016, decidí abrir unas horas de mi agenda semanal, para conversar con aquellas personas que decidan regalarse ese espacio. Hacer coaching quizás no sea la única decisión importante que debes tomar para ir hacia adelante, pero con toda seguridad te dará un empujón y sería un honor poder ser la persona que canalice ese empujón, porque entiendo perfectamente cómo puedes estar sintiéndote ahora.